Juan Carlos I, el eslabón débil
- 5 agosto 2020
- Juan Manuel Burgos
Juan Carlos I, el eslabón débil
El abandono de España por parte de Juan Carlos I no me parece una buena noticia. Por el hecho en sí y por el modo en el que acontece. Que una personalidad central de la historia de España en el siglo XX tenga que abandonar el país prácticamente de escondidas significa que algo va mal. Bastante mal.
Sin duda, su comportamiento personal está lejos de ser ejemplar. Ha hecho daño a la Corona; ha hecho daño a España y se lo ha hecho a sí mismo. Y está pagando un precio por ello. Pero se trata de un precio demasiado alto. El papel político que Juan Carlos I ha desempeñado a lo largo de 40 años de reinado ha sido crucial en la gestión del complejo proceso de la Transición, en la reconciliación de las dos Españas, en la consolidación de la democracia y en el asentamiento de España entre las naciones. ¿Nada de eso cuenta? ¿Nada de eso tiene valor? ¿No pueden aquellos que le atacan sin piedad reconocer alguno de estos méritos de modo que, si la justicia tiene que intervenir, intervenga, pero sin que eso suponga echar lodo a paletadas sobre una figura esencial en la historia reciente española? Evidentemente, pueden. Pero no quieren. Porque Juan Carlos I es atacado implacablemente no por razones morales sino por ser un objetivo político de primer orden: el eslabón débil en el proceso de desmontaje de la transición, en el cambio de régimen. Y cuando la izquierda apunta a una presa, lo hace sin clemencia y sin remordimientos, aunque ello suponga, en este caso, un ejercicio inmenso de ingratitud y de desmemoria histórica.
No creo, por ello, que esta salida quite excesiva presión a la Corona; es más, puede que la acreciente al haber dado muestras de debilidad. Sánchez ha salido en su defensa solo después de que Juan Carlos I hubiera abandonado el país, es decir, cuando el descrédito se había consumado y el objetivo alcanzado. Ni una palabra a favor del Rey que trajo la democracia a España. Y recordemos, como contrapunto, el entierro de Rubalcaba como padre de la patria. Podemos y compañía, por su parte, ya hablan de “huida”; es decir, que no se contentan con la salida ni aligeran la presión del bocado. Por eso, aunque puede comprenderse esa decisión, que, sin duda, habrá sido consensuada, su efecto será menor. Sucede como con el nacionalismo. Ninguna concesión será agradecida ni, por supuesto, devuelta. Solo significa un avance del enemigo político en la batalla.
Una batalla por el modelo político de España que, impensable hace poco tiempo, ya resulta transparente. Hay quienes quieren acabar con el modelo de la Transición. Y quienes consideramos que ese modelo ha funcionado muy correctamente durante décadas y no se puede dilapidar de manera irresponsable. No soy monárquico por convicción sino por pragmatismo. España ha tenido muchos vaivenes políticos en los siglos pasados con resultados conocidos. Si nuestro sistema funciona ahora correctamente, ¿por qué cambiarlo? ¿Qué aporta políticamente una República frente a una Monarquía Parlamentaria liderada por una personalidad valiosa que ofrece, da toda la impresión, una continuidad igualmente valiosa en la Princesa Leonor? Ganaríamos quizá, entre otras cosas, una República no solo laica, puesto que la Monarquía ya lo es, sino atea. Y este, sin duda, es uno de los objetivos.