Redescubriendo la fragilidad. Una reflexión en tiempos de pandemia
- 23 julio 2020
- Juan Manuel Burgos
El Covid-19 ha generado situaciones inconcebibles e inimaginables hace tan solo algunos meses: limitación drástica de nuestras posibilidades y libertades, dolor y muerte, crisis económica, clausura de la globalización, cierre de fronteras, etc. La historia no se repite y esta nueva pandemia llega con su marca propia, con los rasgos de nuestra época y con retos específicos que, quizás, en otros momentos no hubieran sido tales.
El redescubrimiento de la fragilidad, por ejemplo.
En épocas pasadas, y sin necesidad de ir muy atrás en la historia, la fragilidad del hombre era evidente. En el siglo XVIII, la medicina apenas existía. El control sobre la naturaleza era muy limitado, al igual que la potencia de la maquinaria industrial. Los conocimientos, pobres e inciertos.
Pero la exponencial expansión de las posibilidades humanas nos había introducido en otro mundo en el que controlábamos todo, y el esfuerzo debía centrase en controlarnos a nosotros mismos para no agostar el planeta.
El Covid 19 ha abierto una brecha imprevista en esa confianza. De repente, nos hemos visto completamente superados por una dificultad incontrolable: un virus de origen desconocido, invisible, inodoro e insípido, que ha dado al traste con nuestro sistema de vida. Todo aquello que parecía sólido e incontestable ha sido cuestionado y afectado. Y hoy, paseando por nuestras ciudades, aquellos que ya podemos, lo hacemos sin ver el rostro de los otros. Los ojos, decían, eran el espejo del alma. Pero sin el rostro la mirada también se debilita y la persona se esconde, se nos escapa.
La fragilidad ha hecho su aparición en nuestras sociedades. No podemos todo, ni tenemos todo controlado. Los potentes sistemas de salud no logran evitar decenas de miles de muertos. Nuestra autonomía personal es coartada y limitada – de modo más o menos conveniente- por las autoridades nacionales. El trabajo de años se viene al traste en cuestión de semanas. La capacidad de planeación desaparece puesto que el futuro resulta imprevisible.
¿Nos volveremos por ello más humanos? ¿Aprovecharemos la ventana abierta por el Covid para dejar atrás al yo contemporáneo –autocentrado, autoereferencial, controlador- y a su estructuración social? Es difícil decirlo. La ambigüedad rige los destinos del hombre resultado. La muerte de un ser querido puede provocar una conversión o conducir al ateísmo. Siempre, en última instancia, decidimos nuestro destino. La irrupción de la fragilidad, de todos modos, podría resultar en una ventana de humanidad si aprovechamos adecuadamente sus rupturas, sus quebramientos. Podríamos así redescubrir lo cotidiano y valorarlo en su esplendor ignorado: los parques, los amigos, los desplazamientos, el trabajo, la salud, el futuro. Poseemos inmensas riquezas que, de algún modo, nos han sido dadas. Creíamos que eran de nuestra exclusiva propiedad, que respondía a nuestro control, que eran nuestra posesión. Pero se trataba de un error. Son solo un poco nuestras, porque somos mucho más frágiles y débiles de lo que pensábamos. Redescubrir esa fragilidad nos puede hacer más sensibles, más comprensivos, más atentos a los dones que conforman nuestra vida y que, contrariamente a lo que creíamos, no controlamos ni poseemos de modo irrefutable.
Juan Manuel Burgos
Cesar
23 julio 2020 at 18:06Es verdad profesor, el rostro se debilita. ¿Habría que pensar una nueva configuración de lo Antropológico?. Lo cierto que este virus no es una moda. Me preguntó si en épocas pasadas ahí en Europa, que se vió asolada por las pestes, qué tipo de moda se instaló a raíz de la misma. Entiendo también que la medicina en aquel entonces no era ni el atisbo de lo que es hoy.
Juan Manuel Burgos
23 julio 2020 at 18:13Los europeos no guardamos memoria vital de las pestes. Pasaron hace demasiado tiempo. La fragilidad aparece justo por ello, con el enfrentamiento con un enemigo inesperado y potente. Habrá que aprender a convivir con él y, con esfuerzo a derrotarlo.
Carolina Murube
23 julio 2020 at 22:28Sin duda la mejor frase… «Los ojos, decían, eran el espejo del alma. Pero sin el rostro la mirada también se debilita y la persona se esconde, se nos escapa»
Una profesora de infantil me decía ayer «Yo no puedo llevar una mascarilla todo el día. Con mis alumnos no puedo hacer crianza con apego si no me ven la cara, tienen que ver la expresión de mi rostros para que sepan quien soy yo.»
Juan Manuel Burgos
24 julio 2020 at 12:42Es sin duda, un aprendizaje del tiempo de la pandemia. Necesitamos todo el rostro. Por eso, si hay que llevar mascarilla por imperativo sanitario, habrá que hacerlo, pero con la conciencia de que pagamos un precio en humanidad.
Oscar Alberto Lentini
25 julio 2020 at 01:48Usted se Preguntaba ¿nos volveríamos más humanos? Así como la medicina de antaño progresó a pasos gigantes, otras cuestiones sociales cambiaron en cuanto a principios y valores. Es el caso de esa porción de seres humanos que toman decisiones que rigen el destino y la calidad de vida de muchas personas. Toman decisiones cuyos efectos son contradictorios en ética, moral y legal. Esta situación en tiempos de pandemia, constituye una amenaza a la posibilidad de ser más humanos.
Juan Manuel Burgos
25 julio 2020 at 09:50Oscar ALberto, el hecho global de la pandemia es muy complejo y, por ello, muy difícil de abarcar en todos sus factores. Quien está arriba tiene más responsabilidad. Algunos se regirán por motivos puramente políticos o ideológicos, pero no todos. Me parece importante intentar discriminar para no caer en generalizaciones que no construyen. La complejidad, por otra parte, incrementa la complejidad de lo humano a la que me refiero en el post. Una misma situación puede generar humanidad o una amenaza a lo humano. Frente a eso solo queda centrarse en el propio contexto y aportar lo que se pueda, aunque sea poco.